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Última modificación el enero 28, 2016 by Cristian Vanegas

[vc_row type=»in_container» scene_position=»center» text_color=»dark» text_align=»left»][vc_column column_padding=»no-extra-padding» column_padding_position=»all» background_color_opacity=»1″ background_hover_color_opacity=»1″ width=»1/1″][heading]Blanco y Negro[/heading][/vc_column][/vc_row][vc_row type=»in_container» scene_position=»center» text_color=»dark» text_align=»left»][vc_column column_padding=»no-extra-padding» column_padding_position=»all» background_color_opacity=»1″ background_hover_color_opacity=»1″ width=»2/3″][vc_column_text]Mi cabeza se repite constantemente que no debo pensar en algo. ¡Qué estupidez pensar en no pensar! El hecho de pensar que no se quiere pensar ya es pensar. Bueno, creo que ésta noche no podré dormir.

He dado vueltas en la cama por dos horas y mis ojos no han cedido ante la penumbra de mi cuarto. Las sombras que me visitan y se mantienen fijas gracias a la luz artificial de la calle son mi única compañía. Empiezo a descifrar cada una de ellas y me cuentan una historia.

Como aquel dragón que está en una de las esquinas. Parece que se fuera a comer mis afiches de antiguos eventos musicales, o aquella maleta de allá, que a falta de luz, parece ser un pequeño ser sin cuello y gran sombrero, justo bajo los pies del dragón. Quizás sea el dueño de aquella criatura que se ha tomado por asalto mi espacio.

[/vc_column_text][/vc_column][vc_column enable_animation=»true» animation=»grow-in» boxed=»true» column_padding=»padding-1-percent» column_padding_position=»all» background_color_opacity=»1″ background_hover_color_opacity=»1″ width=»1/3″][image_with_animation image_url=»60″ alignment=»» animation=»Fade In»][/vc_column][/vc_row][vc_row type=»in_container» scene_position=»center» text_color=»dark» text_align=»left»][vc_column column_padding=»no-extra-padding» column_padding_position=»all» background_color_opacity=»1″ background_hover_color_opacity=»1″ width=»1/1″][vc_column_text]Creo que debo prender la luz pues necesito usar este tiempo que el insomnio me ha robado en algo productivo. Lo primero que pensé fue en leer un buen libro. Veo mi colección y encuentro a Andrés Caicedo, Bram Stoker, Ernesto Sábato y a García Márquez. De una vez descarto a éste último, porque la verdad me he cansado de leerlo y de escuchar de él. No es nada personal, solo que a veces el excesivo protagonismo de una persona puede hastiarlo a uno. Decido tomar a Sábato.

“El Túnel” dice la portada. Me dispongo a abrir el libro que, seamos sinceros, compré en la calle a aquellos rebuscadores que moran dentro de la mafia de la piratería. No culpo a los vendedores, ellos solo quieren obtener dinero para comer y sustentar a sus hijos. Pero en estos momentos, prefiero no ahondar en aquel tema.

“…en todo caso, había un solo túnel, oscuro y solitario: El mío”. Mi cerebro dio giros en su eje. Algo se había estremecido dentro de mi mundo interior. Algo se había revelado ante mis ojos. Una idea empezaba a habitar a partir de ese momento en mi cabeza.

De repente, siento como aquella frase había taladrado y buscado la forma de insertarse dentro de mi. Me pregunté: – ¿En algún momento me habré convertido en un ser tan solitario? – Quise cerrar el libro de inmediato, y dejarlo en su lugar sin querer saber lo que para el autor, bajo el punto de vista de Juan Pablo Castel, el narrador y personaje principal de la novela, significa aquella frase.

Pasé varios minutos, después de dejar el libro en su lugar, mirando hacia al vacío como si el aire que se encontraba ahí pudiera darme una respuesta. – ¿En qué burbuja me he metido? – Me pregunté.

Me harté de ver aquel vació y me dispuse a ponerme de pie. Giré mi cabeza y voltee a ver hacia atrás. Ahí estaba mi computadora, que me llamaba desesperadamente. – ¡Internet tiene la respuesta para todo! – Me dije.

Salí de mi cuarto y caminé con gran cuidado para no despertar a nadie en casa. Aunque debo admitir, no soy muy bueno para hacer una hazaña como esas y, si quiero ser silencioso, con algo me tengo que topar. Preciso golpee una silla que inmediatamente el día anterior no se encontraba ahí. Por suerte, aquel ruido pasó desapercibido.

Conecté el MODEM de Internet inalámbrico y me dispuse a regresar a mi cuarto, esta vez cuidando de no chocarme con la silla. Al llegar, prendí la computadora y ésta se dispuso a cargar su sistema operativo. Paso a seguir, me dispuse a cargar mi lista de reproducción en itunes para luego abrir el navegador. Inmediatamente se me impulsó a dirigirme a la página de facebook. No pude evitarlo.

Mientras sonaba una canción de Kiss, me dispuse a ver viejos comentarios en mis fotografías, algunos chistes personales con mis ciberamigos se mostraban ante mis ojos y yo quería estallar en una sola carcajada. Sin embargo, preferí amortiguar las risas con mis manos y continuar leyendo.

Una voz femenina empezó a salir de los parlantes internos de la computadora. Algo que, quizás suene ridículo, me hacía sentir en blanco y negro. Suele pasar cuando escucho música que, de alguna manera, me recuerda a las películas de estos dos colores. O que previamente sé, que aparecieron en aquella época. Era Edith Piaf, aquella desgraciada mujer con una prodigiosa voz que puso aquellas fotografías en movimiento. Era como si todas las fotografías se habían atado unas a otras y hubieran creado un film de buenos momentos.

“Non, rien de rien. Non, je ne regrette rien”, cantaba Piaf dándole énfasis a sus R. Mi mente quiso poner en pausa la película, para yo entrar en ella. Abri las cortinas de una de mis ventanas, miré hacia fuera y vi aquel espectáculo: Estaba lloviendo, las ramas del árbol de aguacate que daba la forma de dragón dentro de mi cuarto se movían a merced del viento. Disfruté aquel espectáculo, tan revelador y majestuoso.

Sentí frío al ver la lluvia caer y de repente mi mente se aclaró. Realmente, no estoy tan solo. No pensé ni siquiera un segundo en Juan Pablo Castel, ni la razón por la cual él se encontraba en aquel túnel. Pero, sin saber el contexto, lo llevé a mi vida con una conclusión: no importa la situación en la que me encuentre, realmente no estoy tan solo. Tampoco me arrepiento de nada, ni de cuanto he amado, si he gozado o he sufrido. Pero en cualquier circunstancia, podía caer de espaldas y tener la seguridad de que alguien me esperaba con los brazos abiertos y no tocaría el suelo jamás.

El alivio que sentí fue mejor somnífero que la leche tibia. Aclarado el asunto, y con la confianza que no sabía que necesitara, apagué todo, me arropé y me dispuse a soñar el mañana mezclado con sabor a ayer.

o.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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