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Última modificación el enero 29, 2016 by Cristian Vanegas

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Solo resta dormir en una clase de trigonometría. No creo que vaya a usar jamás todo eso. Prefiero recostar mi cabeza sobre los brazos entre lazados, sobre mi pupitre que ha sido rayado más veces que lo que se ha pintado. Es mejor navegar en mi barcaza, sobre aquel mar de sueños siempre invadido de música.

El grito del profesor me trae de nuevo a la realidad. Me pide que atienda a clase o que salga de ella. Supongo que es mejor salir y buscar algo mejor que hacer fuera del salón. Tal vez un buen vaso de Coca Cola en la cafetería me despierte del todo. Y al dirigirme a allá, ¿Qué es lo que veo? Dos compañeros haciendo lo de siempre: nada, dejándose caer en sus sillas mientras ponen sus piernas en otra al lado que está vacía. Y mientras llega el saludo, uno de ellos me entrega un flayer. Es una tertulia de Jazz que organiza la Universidad Del Cauca.

“Tradición y evolución, de Sarah Vaughan a Koko Taylor”. Admito que soy ignorante, que jamás he escuchado jazz, salvo en aquellos capítulos de Los Simpsons en los que aparece “Encias Sangrantes” Murphy. Si, soy como cualquiera, aunque lo niegue varias veces, también consumo de aquella cajita embrutecedora.

Me quedo observando un largo rato el flyer, a blanco y negro, con aquellas dos mujeres de color, ambas congeladas en aquel momento de la canción en el que los sentimientos están a flor de piel. Yo reconozco aquel momento en el que la voz y el corazón se entrelazan y el tono, el color, la textura de las palabras que salen de la boca salen disparados hacia el infinito, y el público logra sentirlo, y lo aprecia con el aplauso, con el brillo de los ojos, con el acompañamiento de sus propias voces. Y lo sé porque algunas veces estuve en una tarima tratando de regalarle a mi publico, lleno de compañeros del colegio y gente de otros salones, todos lo que sentía a través de la música. Me animé a decir que si, quería saber un poco más del asunto, quería conocer algo más.

Mis oídos se habían acostumbrado tanto a la brutalidad de Dark Funeral, a las guitarras legendarias de Iron Maiden, a la energía de Helloween, que necesito conocer algo más, darme un respiro, deleitar a mis oídos con otro manjar. Estoy decidido a ir, aunque sabía yo que mi madre, tan fiscalizadora como siempre, no dejaría asomarme por allá. Decidido, iré a escondidas y me aguantaré el regaño. Podría valer la pena.

Son las seis y cincuenta de la noche. Espero afuera de la casa Caldas a mi amigo. No hay mucha gente en la calle y ocasionalmente aparecen personas para entrar al evento. Veo a ambos lados a ver si por fin aparece, pero lo único que logro ver es el pavimento mojado, la luz de las lámparas coloniales rebotar en el blanco de las paredes, uno que otro carro parqueado sobre el símbolo de no parquear y un perro, a lo lejos, buscando que comer entre los desperdicios que bota la gente en la calle. Alguien me invitó a entrar, así que esperé adentro.

Ya eran las siete y, aunque se supone que empieza ahora, los organizadores apenas están arreglando el sonido, el video beam y la tela en donde se proyecta. Todo se haría en el patio principal y, aunque afuera pareciera que no hubiera un alma cerca, adentro ya había una gran cantidad de gente. Y seguían llegando. Y Andrés llegó.

Hablamos de música sentados en una esquina del patio, la más cercana a la salida. El primer tema fue el metal, me cuenta qué se está descargando de internet, qué hay de álbumes nuevos y qué cd se mandó a pedir de Brazil. Es que en la Máquina del Rock, un almacén para rockeros y metaleros en la ciudad, se podían hacer pedidos a Brazil y a EE.UU porque algunos álbumes no se conseguían tan fácil y por internet casi que imposible. ¿Cómo descargar un álbum con un máximo de 56 kbps de velocidad? Era ridículo en aquella época.

Poco a poco en la charla, entramos en el tema de la noche. El jazz se apodera de su discurso y me habla del latin jazz, de Tito Puente, de la percusión menor, las trompetas, el saxofón, las voces y de la instrumentalización en general. De repente, en plena charla, uno de los organizadores habla.

– Buenas noches a todos. Bienvenidos a esta tertulia de jazz organizado por la Vicerrectoría de Cultura y Bienestar de la Universidad del Cauca y el Club de Jazz de Popayán. El día de hoy les traemos un documental sobre la historia del jazz…

¡Mierda! Me siento como un universitario. Es una buena sensación. Es que desde ya hace mucho vengo detestando el colegio, su mediocridad, de esa manía absurda de enseñarme cosas que no necesito o mejor dicho ¡Que no me interesan! Bueno, ya estando de animo, entremos en detalle.

Se apagan algunas luces del lugar y el proyector inicia mostrando algunas imágenes de un toque de jazz en New Orleans. ¡Que sensación! La voz de un hombre negro, gruesa y cautivadora se apoderó del aire del lugar, el sonido del saxofón sedució las velas de las mesas que estaban puestas alrededor del patio, el sonido de las escobillas en el redoblante le hacían cosquillas a mis oídos. ¿De qué tanto me he perdido yo?

– Las escobillas se usan para que el sonido de la batería sea más tenue. Los bateros hacen figuras y usan cintas sobre la superficie para que tengan diferentes sonidos-me explicó Andrés mientras veía el espectáculo-.

¡Que belleza de sonidos! A pesar de que había mucha gente a mi alrededor, yo sentí que estaba solo, que eramos solo la música y yo. Y así, pasaron frente a mi leyendas del blues y del jazz: Louis Armstrong, Sarah Vaughan, Glenn Miller, Billy Holiday, Tito Puente…Ver a aquellas figuras frente a mis ojos ya fallecidos, pero tan vivos, tan eternos a través de su herencia a la humanidad. Es que ahí estaban todos. Lo que es la magia del registro. Lo que es la magia del audiovisual.

El documental, si no pasaba música, hablaba de la técnica, de las influencias, de la lucha de los personajes y fue como ir más allá de la música, reconocerle el contexto y su razón de ser. Yo cada vez maravillado. Ni siquiera me importó que el cielo rugía y amenazaba con vaciarnos un tremendo aguacero sobre nuestras cabezas.

Mis oídos se están deleitando con la melancolía del jazz de Nueva Orleans, se disparan constantemente bocanadas de información a mi cerebro y el sabor del jazz latino hace vibrar cada célula de mi sangre. Cuando se trata de blues, mi cuerpo se siente ligero y las voces acarician lo más profundo de mis sentimientos.

Empieza a llover. La tertulia se detiene y yo, a pesar de estar fascinado con todo, le digo a Andrés que ya me voy. Decide acompañarme y nos aventuramos a mojarnos. El colectivo pasa diez cuadras más abajo. Y mientras llueve, yo recuerdo lo que había escuchado en aquel lugar. Las gotas danzan ante mis ojos, las pocas personas que habían en el centro saltan los charcos al compás del piano y mi nariz solo respira música.

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